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Autobiografía

La gran mayoría de nosotros tenemos la capacidad de mirar hacia atrás, reflexionar y evaluar lo que ha pasado en nuestras vidas. Esos momentos de introspección son fundamentales para poder hacer los ajustes necesarios y convertirlos en obediencia, para seguir luchando y lograr nuestros objetivos.

Esta es una sencilla reflexión acerca de mi vida. Mi propósito es manifestar que la vida no tiene que ser perfecta para ser hermosa y lograr nuestros objetivos.

Lugar de nacimiento

Mi nombre es Abraham Vinicio Benítez. Nací el 17 de septiembre de 1964, en el hospital general de Anaco, en el estado Anzoátegui, Venezuela.

Anaquense y venezolano de corazón

El pueblo de Anaco, que recuerdo de cuando era joven, y especialmente mi vecindario, era un lugar acogedor, con gente simple y amable. Era un lugar en donde las amistades sinceras eran fáciles de conseguir; un pequeño pueblo rico en diversidad cultural, debido a la inmigración de personas de distintos orígenes étnicos y religiosos y de diversa orientación sexual. Nadie tuvo que renunciar a sus creencias o estilo de vida para vivir en Anaco.

Esa mezcla de amistad, colectividad, creencias y mutuo respeto se convirtió en expresiones y experiencias que fueron ampliamente compartidas entre nosotros. Vivíamos en armonía, y la gran mayoría de las personas respetaban las normas sociales. Sin embargo, como toda familia o sociedad, también nosotros creamos nuestros propios problemas y pequeños conflictos, pero el amor, la paz, el respeto y la convivencia eran la ley en mi pequeño pueblo.

Con el paso del tiempo, esas simples tradiciones me hicieron sentir apreciado y me enseñaron a valorar y amar no solo a mi pueblo, sino también a mi país. Aprendí que Venezuela no es nada sin su gente.

En retrospectiva, me di cuenta de que todo tiene que pasar por un proceso de maduración para que uno pueda aprender a valorar las cosas pequeñas de la vida. Estas cosas, probablemente, no las hayamos valorado en aquel tiempo debido a nuestra conformidad e inmadurez, y ahora les damos importancia solo porque están ausentes.

De algo estoy seguro: esos tiempos de estabilidad y sosiego, ese comportamiento cívico, eran una necesidad insoslayable para la paz y la convivencia en mi pueblito.

Dos personas especiales en mi vida

Mi abuela Vicenta y mi tío Rómulo fueron mis guardianes desde muy temprana edad. Fueron ellos los que me hicieron sentir apreciado y me enseñaron a amar no solo a mi familia y amigos, sino también a los desconocidos y a mi país en general.

Mi abuela y mi tío eran personas afables, sinceras; eran unos ciudadanos de comportamiento congruente, llenos de energía y felicidad. No existía ninguna hipocresía en sus palabras y acciones, y lo que obtuvieron en sus vidas lo lograron con rectitud y mucho esfuerzo.

Aunque juzgar a los demás es una constante tentación a la que todos estamos expuestos, y algunas veces caímos en ella, mi abuela y mi tío eran felices y seguros de sí mismos, y es por eso que ellos no tenían la necesidad de juzgar o desacreditar a las demás personas. El racismo, el rechazo, los complejos de superioridad, la burla, el odio y la envidia escondida nunca formaron parte de la vida de mi tío y de mi abuela.

Ellos siempre trataron a las demás personas con dignidad, cariño y respeto. Hoy, más que nunca, extraño sus ejemplos. Pero también pienso que sus legados no fueron en vano. Ellos dejaron muchas huellas positivas y perdurables en mi vida, que continuaré cultivando por el resto de mis días.

Hoy, más que nunca, reconozco que toda persona merece ser escuchada con atención, respeto y dignidad. Aunque no comparta su punto de vista, es mi obligación mostrar respeto por los sentimientos y opiniones ajenas. Para mí, el respeto no solo se define por los buenos modales, un gesto de cortesía y amabilidad o unas cuantas palabras correctas. El respeto es parte de mi persona, de mi carácter, de mis sentimientos, y se reduce en algo muy simple: trato a las personas como me gusta que me traten a mí y como mi abuela y mi tío me enseñaron.

Cuando una rama de un árbol se quiebra y cae al suelo, siempre cae cerca del árbol de donde nació y creció. Soy una ramita de mi abuela y de mi tío, y le doy gracias a Dios por ello. Sin dudas, puedo decir que el buen ejemplo continuo de mi abuela y de mi tío me sirvió de pauta en la vida.

Mi viejita, estas palabras son para ti, porque sé que me estás escuchando; no importa dónde la vida me lleve, tu compañía siempre estará conmigo. Prometo que cuando Dios me dé la oportunidad de ayudar al enfermo, al pobre, al caído y al necesitado, lo voy a hacer con el mismo cariño, empatía y atención que me brindaste durante todos esos años. Gracias por todo lo que hiciste por mí. Dios bendiga tu alma, mamá Vicenta, descansa en paz.

Etapa de transición

Pero nada es para siempre; el tiempo pasa, uno crece y las cosas cambian. Es un cambio que es inevitable en la vida de todos; un cambio que llega a tu vida sin aviso, un cambio que sucede, estés preparado para él o no. Cuando ese cambio llega, y no tienes el apoyo de tus padres para superar tus vicisitudes, se puede convertir en una mala experiencia, y algunas veces, en el colapso total de todas tus metas y tu proyecto de vida.

La época de mi juventud fue un momento difícil y crucial en mi vida. Fue allí cuando comencé a buscar mi propia identidad. Fueron tiempos de emociones mixtas: difíciles, agradables, tristes y divertidas. Tenía muchos interrogantes y pocas personas que me ayudaran a conseguir respuestas.

Fue una época de escasos recursos económicos, pero hice todo lo posible por ser feliz y seguir soñando porque sabía que esa era la única oportunidad que Dios me había dado para ser joven, para disfrutar con mis amigos, para experimentar mi libertad e independencia, para cometer errores y aprender de ellos. En fin, fue una época en la que nunca traté de justificar mis errores, pero sí continué disfrutando del presente y mejorando, a mi manera, en las áreas de mi vida en las que tenía que hacerlo.

Por el otro lado, me encontré atrapado entre una dura realidad y la vida de un joven soñador. En ese momento fue cuando me di cuenta de que estaba solo. No tenía a nadie que me ayudara a encontrar el camino correcto en la vida. Sin una guía o un sistema de apoyo, tuve que construir mi propio camino y seguir en búsqueda de mi identidad y propósito en la vida.

Empecé a vivir cosas un poco más complejas. Al principio, tal vez por mi inmadurez, me resistí a aceptar la realidad, pero sabía que no podía estancarme, y poco a poco, mis prioridades comenzaron a cambiar. Me di cuenta de que tenía que hacer el esfuerzo para salir adelante y superar mis adversidades; y sin darme cuenta, emprendí el lento, largo y complicado viaje de mi madurez emocional.

Mi primer empleo

Todos tenemos que dar el primer paso hacia donde queremos ir en la vida; a los 18 años comencé a trabajar en la industria petrolera, en la empresa Baker Hughes, en el área de Guaya Fina (wireline). Fue un empleo donde aprendí nuevas habilidades y me dio un poco de estabilidad económica. De esa experiencia guardo gratos recuerdos.

A conquistar otras metas

La vida nos presenta circunstancias y retos que nos obligan a reevaluar ciertas cosas y renunciar a otras. En mi caso, luego de trabajar en varias compañías relacionadas con la industria petrolera en mi país, Venezuela, en los años ochenta, embarqué hacia los Estados Unidos en busca de otros logros. No fue una decisión fácil.

Los primeros años fueron difíciles, pero nunca claudiqué ante el continuo desafío. Muy dentro de mí sabía que los Estados Unidos era el país de las oportunidades, y si seguía haciendo las cosas con perseverancia y disciplina, podría conquistar mis logros. Mi meta era clara: quería continuar con mis estudios, recuperar los años perdidos y ampliar mis conocimientos y habilidades.

Mi vida en los Estados Unidos

No perdí tiempo. A finales de los años ochenta, ya había comenzado a estudiar y a prepararme. Esos primeros pasos me abrieron otra ventana de oportunidades, y unos años después ingresé al instituto público de formación profesional Portland Community College, primero en Sylvania Campus, y luego en Rock Creek Campus. Asistía a clases en el día y trabaja largas horas en la noche. No tenía mucho tiempo para descansar. Muchas veces me afeitaba y desayunaba en el carro mientras me dirigía hacia la universidad. Dormía un promedio de cinco horas y estaba listo para repetir el día. Allí estudié siete años y obtuve la capacitación y las credenciales necesarias para profundizar mis conocimientos en áreas de mi interés, como liderazgo organizacional, negocios sostenibles, administración pública y economía.

Luego de mi larga trayectoria por esas dos casas de estudio y de reunir las credenciales académicas necesarias, decidí ingresar a George Fox University, donde adquirí una licenciatura en Ciencias Gerenciales, en la rama de Administración y Liderazgo Organizacional.

Mi primer negocio

En los años noventa, un amigo y yo asumimos el desafío de emprender un negocio que requería un gran capital. Unos meses después, tomé la adquisición y el control total del negocio. Eso me dio la oportunidad de reestructurarlo a mi manera y continuar comerciando. Allí pasé más de una década, y tuve que reincorporarme nuevamente a otro tipo de estudios, esta vez en el área de ingeniería y manufactura, con la idea de mejorar mis conocimientos, aumentar la productividad y mejorar la competitividad en mi negocio.

A nivel profesional, mi negocio fue otra casa de estudio. Allí adquirí conocimientos y experticia en el área administrativa y empresarial, como planear, organizar, dirigir y controlar, procesos de línea de producción, y muchas otras cosas más. También aprendí de mis errores y aciertos.

Mi experiencia como instructor

Uno de mis primeros instructores de manufactura, cuando llegué a los Estados Unidos, me recomendó para un puesto de asistente de instructor en el departamento de Fabricación y Tecnología en Clackamas Community College, donde él trabajaba. Sin dudas, fue una divertida y excelente experiencia en mi vida. Allí tuve la oportunidad de ayudar a muchos jóvenes a mejorar sus conocimientos en el área de manufactura.

Unos años después, cuando sentí que era el momento adecuado para llevar mis estudios a otro nivel, ingresé a Marylhurst University, donde recibí una maestría (MBA) en Negocios Sostenibles, con especialización en Políticas Públicas y Administración.

Finalizada mi maestría, sabía que mis esfuerzos poco a poco ya estaban rindiendo frutos, pero mi inconformidad me obligó a seguir estudiando y mejorando. Soy un fiel creyente de que nadie puede decir que alguien terminó con su educación. La educación es una disciplina de toda la vida. Todos los días aprendemos algo, y no necesariamente ese aprendizaje se tiene que dar en un salón de clases. Así que comencé a preparar mis papeles para continuar con mis estudios y emprender otra larga aventura: mi doctorado (PHD) en Políticas Públicas y Relaciones Internacionales.

Sin embargo, después de discutir mis planes con mi familia, profesores y personas que habían tenido influencia positiva en mi vida, decidí que era el momento de pasar tiempo de calidad con mi familia y poco a poco comenzar mi transición para regresar a mi país, Venezuela, y hacer lo que siempre he querido hacer: incursionar en la política de mi país y ayudar a mi gente. Tan simple como eso.

Mensaje final

El abuelo de mi esposa, un veterano de la Segunda Guerra Mundial de descendencia alemana, una vez me dijo mientras lo ayudaba a reparar su establo: «Vive cien años y aprende cien años». Es un consejo que hoy en día sigue vigente en mi vida. Lo importante no son los años que uno vive, sino lo que uno aprende en ellos.

Las metas nos marcan el lugar a donde queremos llegar. Me propuse muchas metas, y poco a poco las logré con éxito. Pero los títulos universitarios que se obtienen, las empresas donde se trabaja y otros éxitos, para mí, son pequeños logros; yo los llamo bonos o aguinaldos que te da la vida. No hay nada que puede reemplazar un hogar, una familia. Por esa razón, mis dos mayores logros y aprendizajes han sido formar mi familia y ser miembro de mi Iglesia. Sin mi familia ni el apoyo incondicional de los miembros de mi Iglesia, hoy no estaría escribiendo estas palabras. Sería un egoísta si dijera lo contrario.

Por otra parte, Venezuela y el mundo están llenos de personas como yo. Lo único que necesitan es una lucecita, una pequeña oportunidad en la vida, para que puedan lograr sus objetivos. El talento es fácil de conseguir, pero las oportunidades no. Por eso, cuando el talento consigue una oportunidad, el talento produce. Y eso es exactamente mi propósito en esta vida: asegurarme de que todos los que viven en nuestro país, Venezuela, puedan conseguir su independencia económica, sin importar su ideología política, religión, estatus social o lugar de nacimiento. Todos tienen el derecho de vivir en dignidad en un país próspero, estable, seguro, con paz y muchas oportunidades.

Voy a hacer todo lo que está a mi alcance para reivindicar los derechos fundamentales de los venezolanos, para reemplazar sus lágrimas, sufrimientos y pobreza por alegría, sonrisas y muchos éxitos. Esa es una promesa que hago desde mi corazón y estoy convencido de que lo voy a lograr. Mi familia, Dios, los venezolanos de buena fe que me conocen, mis hermanos y hermanas de mi Iglesia y mis amigos alrededor del mundo lo saben, y eso es lo único que necesito en esta vida para continuar con mis planes.

Hubiera querido escribir más, pero el tiempo interviene y no me lo permite. Espero que este breve recorrido por mi vida los haya motivado a que nunca dejen de soñar y a que no pierdan la fe y la esperanza. Todo es factible en la vida, siempre y cuando descubran su pasión y mantengan la luz de la esperanza prendida en sus corazones.

Mi vida personal 

Mi esposa y yo hemos estado casados por más de 33 años, y juntos criamos a tres hermosas hijas. Dos ya son profesionales y a la menor solo le falta un año para graduarse en la misma universidad donde sus hermanas mayores recibieron su educación.

Mi más sincero y profundo agradecimiento a todos mis lectores.

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